Cómo no cargarse de emociones con este registro si empieza con un grupo de mujeres subiendo a un avión de Faucett, alguna vez la aerolinea nacional por excelencia, que parte del Aeropuerto Jorge Chavez, cuando existía aún la pasarela abierta desde donde podías despedirte de los viajantes. El itinerario del viaje pasa del mar limeño y la costa árida a los verdes campos arequipeños, protegidos por los nevados y el omnipresente Misti. En tan solo un minuto, esta película consigue trazar una linea perfecta entre el viaje y la nostalgia.

Al inicio vemos una zona rural de Ayacucho, con carteles de hoteles que no logramos identificar. Calles de tierra, montañas y un grupo de llamas que cargan montones de paja sobre sus lomos. El ambiente frío del inicio, con granizo que cae cubriendo de blanco parte del territorio, cambia radicalmente cuando las imágenes llegan a la ciudad y muestran el centro cálido de Huamanga. El patio de una vieja casona, artesanías ayacuchanas y la plaza principal de la ciudad son algunos de los elementos que preceden a otro momento del día (o del viaje), cuando la plaza se llena de gente para la celebración central.

Todo hace indicar que esta es la continuación de lo que vimos en Ayacucho I, con la plaza atiborrada de gente y muchos militares caminando con la peligrosa autoridad que los caracteriza. A continuación, aparece el obelisco de la Pampa de la Quinua, y entendemos que lo que se celebra es la conmemoración de la batalla de Ayacucho. La cámara intenta capturar algunas postales del momento, pero el desenfoque es notorio. No obstante ello, logramos identificar la histórica escenificación de la batalla, que año tras año realizan los alumnos de dos colegios ayacuchanos, representando a los bandos patriotas y realistas. Un documento realmente valioso.

Un paneo generoso del Lago Titicaca y las montañas que lo rodean constituye aquí uno de los inicios favoritos de nuestra colección. Es el registro de un itinerario que hasta el día de hoy realizan los turistas cuando viajan a Puno. Toman una embarcación, recorren el lago y llegan, en su primer destino, a la isla de los Uros, territorios flotantes que asombran a los viajeros. En este registro, además de las islas, podemos apreciar inscripciones de una cooperativa y embarcaciones tradicionales, que dotan a esta película de un interés particular.

Si bien esta película está titulada como “Cusco I”, poco o nada de Cusco aparece en cada uno de sus fotogramas. La ciudad andina es una presencia abstracta quizá situada fuera del patio de azulejos que vemos al inicio de la pelicula. Personajes que podemos reconocer en otras cintas de viajes al sur andino peruano aparecen aquí e inferimos, sin dificultad, que se trata de un solo gran viaje entre Arequipa, Cusco y Puno, siendo este el momento de retorno a Lima. Desde el avión se aprecian los nevados de la cordillera y luego el recibimiento en el estacionamiento del aeropuerto. Un pequeño niño de traje se roba aquí toda la atención, en medio de maletas y (ahora) viejos modelos de autos. La cinta termina con una gran reunión familiar al interior de una casa, que parece girar en torno a una anciana de rostro amable, tal vez la matriarca del hogar.

La plaza principal de Puno, viejos buses de la Universidad Nacional del Altiplano y su campus aparecen al inicio de esta película que, como no podía ser de otra manera al tratarse de un registro puneño, tiene al Lago Titicaca como eterno compañero. No sabemos cuál es el vínculo de estas personas con la UNA, pero agradecemos que nos hayan dejado este registro del campus en sus primeros años de funcionamiento.

Cusco es un lugar común en el imaginario del turista que piensa en el Perú. En esta cinta una familia recorre Ollantaytambo, un punto de paso obligatorio hoy para los turistas que pretenden llegar a Machu Picchu, pues ahí se encuentra la estación de trenes que lleva a la ciudadela inca. Aquí vemos a una famiia recorrer sus andenes y registrar cada vestigio, momentos previos a treparse al tren que los llevará a Machu Picchu que, para sorpresa de un espectador actual, se ve practicamente desierta, sin la masificación que la transita estos días, y sin restricciones. Los viajeros disfrutan a sus anchas de cada espacio libre, sentadas y sentados en piedras enormes sin temor y sin prisa.

Esta es sin duda la continuación del registro titulado Ollantaytambo. La familia que previamente había llegado a Machu Picchu, camina ahora por la ciudadela y la recorre como si de un parque se tratara. Quien filma registra a sus acompañantes pero sobre todo captura cada rincón del lugar, para que nada se pierda en la memoria. La familia ha hecho el recorrido y luego espera en las afueras de la zona arqueológica, sentados sobre lo que parece la escalera de un hotel. De vuelta en la ciudad del Cusco, no pierden la oportunidad para marcar un último punto en la lista de pendientes del buen turista cusqueño: la piedra de los doce ángulos. Para mayor ilustración, una mujer señala con el dedo cada uno de los ángulos, dejando constancia de la veracidad de la cifra antes los futuros espectadores.

Vistas nerviosas de alguna vieja plaza puneña preceden el registro de un baile típico de un grupo de danzantes. No tenemos la certeza del lugar, ni de la danza, pero sabemos que tienen el Lago Titicaca al lado y que los niños bailan con tanto o más ímpetu que los adultos. Es, sin duda, el retrato notable de una tradición que dificilmente encontraremos en otro registro amateur: el baile, los músicos, la vestimenta, hacen de este registro un verdadero tesoro. Al baile le siguen paneos del territorio, en donde varios de los fotogramas han sido quemados y perforados por una mala maniobra del proyector. Felizmente, casi la totalidad de la película conserva su integridad y el color de los andes del sur peruano.

En otro ángulo cusqueño, los viajantes inician este registro en las afueras de la ciudad, las ruinas de Sacsayhuaman y sus inmensos muros dan paso a otros vestigios cercanos a Cusco, habitualmente recorridos en los denominados “City tours”. La familia continúa luego su viaje hacia el Valle Sagrado, en donde vemos brevemenete y a lo lejos un hilo de agua que probablemente sea el río Urubamba. Un último paseo les espera en este trajín interminable que suele ser visitar Cusco, la pequeña y tradicional ciudad de Ollantaytambo, con sus característicos andenes y restos ubicados en lo alto de las montañas, tan inaccesibles como sorprendentes. El registro termina aquí, pero parece el inicio de su próximo destino: Machu Picchu.

Reconocemos Piura por las varias tomas de sus monumentos-lugares históricos-cotidianos y casi que podemos trazar la ruta de quien haya hecho este registro. Paseó y pasó con su familia (tal vez) por la Catedral de Piura (Basílica Catedral San Miguel Arcángel de Piura), la Plaza de Armas, el Óvalo Miguel Grau, el cine entonces llamado Sol en la calle Tacna, y algunas calles con banderolas alegres antes de llegar al almuerzo que se comió en una oscuridad parcial. Digno retrato de una Piura serena y soleada.

No sería una fiesta infantil sin un niñito vestido de señor (con corbata y todo), decoración de dibujos animados en las paredes, y rondas sostenidas por manos pequeñitas de quienes tal vez no dominan el equilibrio aún. Todo frente a los ojos atentos de los adultos, por supuesto, quienes tienen que esperar todavía para su propia fiesta.

Es el cumpleaños de Luchito y, por supuesto, se ha vestido elegantemente para la ocasión. Una corbatita michi y la chompita blanca en una combinación perfecta con la paleta de colores de la mesa y la torta que rodean alegres los niños, El ritual de soplar las velas viene acompañado de aplausos. Es un registro con poca luz que va develando a los pequeños invitados e invitadas, que toman la escalera y luego comparten con Luchito el galope del caballito saltarín. Sobre el final, la mesa ha sido devastada y queda tan solo una fracción de torta que Luchito se apura en cortar para invitar un pedazo a una pequeña amiga que mira agradecida el gesto.

Paneo contemplativo de Toledo, la visita española de un grupo de turistas que con cámaras fotográficas y de Super 8 se detienen a registrar el paisaje de la ciudad, y se topan con puestos ambulantes que, entre otras cosas menores, venden productos de Kodak. Vistas de lo que parece ser la mezquita complementan esta filmación de viaje (aparentemente) setentero.

Una familia se reúne y se muestra bien vestida ante la cámara. Niños y niñas que evidentemente no eligieron su ropa ese día recogen flores en cestas pequeñas y montan bicicleta ante ojos adultos vigilantes. Dentro de casa les espera una torta canina que inspira más ternura que hambre, pero eso luego de los apapachos de la abuela bajo el sol. Además, podemos apreciar los exteriores de la casa, un poco de la arquitectura de esos años, con autos, bicicletas y una numerosa familia en lo que parece ser un domingo de esparcimiento.

El 13 de febrero de 1970, Carlita cumplió un mes. La bañaron y la sostuvieron varios brazos mientras ella bostezaba sin registrar lo ocurrido (pero una cámara Super 8 sí lo hacía). El mesario de Carlita se celebra con entusiasmo, aunque ella apenas se de cuenta. los niños parecen comer gelatina y los adultos miran, besan y sostienen a Carlita embelesados. Es, sin duda, la más engreida de la casa y el centro de atención de este registro familiar.

Quien haya filmado esta cinta parece haber intentado registrar a todos los asistentes en un mismo rollo. Qué ágil la edición en cámara, que nada tiene que envidiar a la Nueva ola francesa, y qué eficiente en su concentración de muestras de afecto hacia las hermanas Verástegui el día que celebraron su quinceañero. Gente de todas las edades (y en sus mejores galas) parece haber asistido a la celebración, en donde las más felices son las homenajeadas, quienes no paran de sonreír entre besos y flores. Por supuesto no falta el baile, la comida y la torta que en pocos segundos es asaltada por las decenas de asistentes.

Varias cosas suceden en este registro familiar, pero como ya es costumbre en buena parte de este tipo de materiales, los niños tienen el protagonismo. Desde aquellos en edad escolar que modelan frente a la cámara, saltan, juegan y entran, extrañamente entusiasmados, a una movilidad escolar (que haría salivar a cualquier hippie actual), hasta el otro, ese que no puede sostenerse en pie por si mismo y persigue angustiosamente una pelota que rueda por el piso sin dejarse tomar. Niños al inicio y al final de esta película filmada en 8mm y, en el interín, vistazos fugaces de una calle, edificios y carteles limeños (¿?) irreconocibles después de tantos años, y autos (ahora) clásicos. Una joyita.

Varios y diversos eventos suceden en esta película. Una familia numerosa posa bajo el sol, en lo que parece ser el patio de su casa, para, aparentemente, tomarse fotos y prepararse para salir. Ya en la calle, una mujer sostiene de la mano a sus dos hijos que visten igual pero no queda claro si son gemelos, mellizos o, simplemente, sufren el capricho fashionista de los padres. El registro continúa en el aula de un colegio en donde los niños forman una fila con unos extrañisimos lazos en el cuello, frente a un grupo de sacerdotes. Esta suspicaz unión de elementos continúa, pero esta vez es una niña y su familia al interior de una iglesia, en lo que podría ser su primera comunión. Luego, pasamos nuevamente al día, y a los niños del principio sobre triciclos bellísimos que dejan prontamente para sostener armas de juguete que apuntan irresponsablemente hacia todos lados. Varios y diversos eventos infantiles.

Hola Misti canoso, hola Colegio Militar Francisco Bolognesi, hola Arequipa. Este registro muestra con calma el paisaje al rededor del Colegio. El río, una piscina, canchas de tennis y los nevados que coronan la alturas con capas de nieve. Aquí, quien haya filmado esta película, pareciera encandilado con la geografía arequipeña, en sus zonas urbanas y rurales, en las flores amarillas, los arboles y, sobre todo, la cresta blanca de sus montañas. Es, realmente, un hermoso conjunto de imágenes que termina, sorpresivamente, con una competencia de remo en el mar, de coordenadas desconocidas para nosotros.

Bobina negra es la etiqueta que colocamos en un principio a esta película al catalogarla. Por el color de su contenedor y la predominancia del negro en la primera mitad del metraje. La imagen subexpuesta deja ver un comedor con figuras que van revelándose, un numeroso grupo alrededor de una mesa que parece interminable. Comida, bebidas y risas en un oscuro ambiente que contrasta radicalmente con las vistas del exterior: formas humanas caminan, se abrazan y besan casi desintegrándose hasta perderse, como fantasmas, sobre la emulsión percudida y transparente de la película, la primera en blanco y negro que visionamos en Cine Íntimo.

Una niña que patina es la protagonista indiscutible de esta película. Rueda, con soltura, al lado de la piscina y la cámara la sigue con insistencia. De un talento envidable, es tan hábil con los patines como con los clavados. Entra y sale del agua con frecuencia, y en cada ingreso depura la técnica con flexiones complicadas que de solo verla nos duele la columna. Ella, en cambio, como pez en el agua. Se para de manos, eleva el cuerpo, gira y cae. Chapotea contenta dentro de la piscina, sale y nuevamente la misma maniobra. Un loop constante que la cámara registra hasta agotar el último centimetro de metraje.

¿Cuánto papeleo supone una boda religiosa? Esta película registra el momento posterior al matrimonio de una pareja. Aún en la iglesia, los ahora esposos firman varios papeles y lo hacen también sus testigos. Sellado el matrimonio, sus familiares más longevos los saludan y felicitan en gestos afectivos que, muchas veces, se traducen en unir cachete con cachete. Primeros planos de besos y abrazos que muestran los rostros de la familia satisfecha por la unión de la pareja.

Este registro, fresco, extendido y despreocupado, muestra a un grupo de personas adultas en una tarde de esparcimiento frente a la parrilla, jugando en el jardín y sentada en coloridas sillas inflables de diseño vanguardista. Un hombre se prepara para liderar el asado, se coloca el mandil y el sombrero de chef y posa para las cámaras. Luego la parrilla levanta más fuego, tal vez, del que debería, y entendemos que el cocinero es, más bien, mucho ruido y pocas nueces. Al final se trata de un encuentro amical o familiar, no lo sabemos, pero con cierto histrionismo. En un momento dado una mujer, que pareciera ser la dueña de casa, muestra un telar recién comprado y luego invita al resto una bebida que podría ser pisco. Una tarde privilegiada de la clase media en donde destaca, a nivel cinematográfico, el registro de las flores del jardín. Bello.

A ver, esta cinta lleva por título “Ceremonia de policía”, pero debemos reconocer que no encontramos un correlato en el contenido de la misma. Puede que nos hayamos equivocado, ya que muchas veces tomamos el nombre de alguna inscripción escrita en la caja que contiene la película y, quizá, este rollo no pertenece a esa caja. En todo caso, lo que vemos en este registro es tal vez una clase de natación, en una piscina techada, de noche, con una marcada subexposición que dificulta la visión. Luego, un grupo de hombres y mujeres (y algún niño que sostiene una clásica botella de Inca Kola en vidrio), vestidos elegantemente, conversan reunidos en una sala y luego comen, beben y fuman en una sobremesa infinita.

Nos gusta mucho que esta cinta se titule Chifa, aunque echamos en falta algún primerisimo plano del arroz chaufa. Si bien es cierto que esta película registra el almuerzo en uno de estos característicos restaurantes peruanos, al inicio vemos algo que parece ser parte de la ceremonia de primera comunión de dos niñas, y su pasarela posterior para las fotos con la familia. El chifa llega luego, con un brindis de pisco sour previo a la comida. La noche termina aquí y luego viene el color, vibrante y luminoso, en donde destacan los magentas, para mostrar a la misma familia frente a la fachada de su casa, entre las flores de su jardín, autos, bicicletas y la pista de una calle que, lamentablemente, no logramos reconocer.

¿Alguien conoce al grupo Los Sender´s? Tras una breve búsqueda, todo indica que fueron una banda de cumbia psicodélica peruana de la década del setenta, y aquí aparecen al interior de una casa, tocando para un cumpleaños familiar. La fiesta, a casa llena, con música, bebidas y baile, es registrada por una cámara que dispara y corta con mucha agilidad, como si el ritmo de la banda guiara sus decisiones. En registros como este, realmente lamentamos la ausencia de sonido en el Super 8 casero.

En este viaje a Huaraz, un auto larguísimo, comunmente llamado “lancha” en Lima, aparece como protagonista e inverosimil medio de transporte de tan numerosa familia. Sus integrantes caminan lentamente por alguna plaza huaracina y dos niños, vestidos de traje corto, posan delante de una gruta. La exposición no es buena, pero deja ver un ejercicio frecuente en este tipo de registros: una, dos o más personas en grupo camina coordinadamente hacia la cámara, que solo se preocupa por inventariar visualmente a cada uno de los integrantes. Es extraño, pero pareciera ser el deporte favorito en el cine doméstico. Sobre el final un dato más que interesante, la fachada del Hotel Monterrey, parte de la Coorporación Peruana del Santa.

Una familia se mueve al centro de una plaza. Probablemente la plaza principal de Huaraz. Adultos y niños dan vueltas, se toman fotos, caminan sin ningún proposito aparente, más allá de ser registrados por la cámara, que dejará constancia, 60 años después, de su paso por esta ciudad. Poco más se puede decir sobre este registro, salvo sentir un extraño estremecimiento al pensar que esta zona de la sierra central peruana, solo siete años después sufriría el más terrible terremoto en la historia reciente del Perú.

Hay un subgrupo dentro de las películas domésticas que nos gusta mucho: el viaje. Dentro de este, frecuentemente vemos las distintas etapas por las que pasan las personas dentro de este proceso. Uno de ellos es el registro durante el viaje, es decir, en el medio mismo de transporte. Aquí buena parte del metraje muestra el cambio en el paisaje aereo, una linea de horizonte que de las montañas nevadas pasa a la verde vegetación, con las serpenteantes aguas de la amazonía. De acuerdo a lo que indica la inscripción encontrada en el contenedor de esta cinta, se trata de Iquitos y el río Amazonas, lugar a donde llega un grupo numeroso de personas que parece formar parte de una comunidad o coorporación, por algunas señas particulares como los adhesivos que llevan pegados a la ropa o los sombreros de papel de igual diseño. Es el inicio de una visita en medio de la más vasta naturaleza, experiencia que seguramente atesorarán con los años.

Un hombre y una mujer, sentados y luego arrodillados lado a lado, miran fijamente hacia adelante. El entorno es oscuro, pero sus rostros se ven con claridad porque una luz los ilumina directamente. Van vestidos de traje y vestido, son novio y novia y lo primero que nos preguntamos al ver sus expresiones es: ¿en qué están pensando ahora? Ese primer plano que los desnuda pasa luego al público que se distingue tenuemente. La cámara pasa luego al altar de la iglesia y luego vuelve sobre la ceremonia. El matrimonio se sella con el intercambio de anillos y la pareja, ahora “unida en matrimonio”, sonríe para los reflectores de las cámaras y, probablemente, el aplauso de sus invitados.